Cuando pienso una cosa pero digo otra: Un mal ejemplo para los hijos
Descubre qué es la disonancia cognitiva y cómo afecta a tus hijos
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Los padres saben por experiencia propia que ser congruentes en todo momento con la educación de los niños no es una tarea fácil. A veces las prisas cotidianas hacen que les dejemos hacer cosas que en otras circunstancias no le permitiríamos. ¿Cuántas veces no has dejado que tu hijo se acueste más tarde jugando en su ordenador porque has tenido invitados en casa o porque te has quedado trabajando hasta altas horas de la noche cuando normalmente no le permites hacerlo? Es común que la vorágine de la vida cotidiana nos haga flexibilizar las normas que nosotros mismos hemos implantado.
También somos incongruentes cuando les exigimos que cumplan determinadas reglas que nosotros mismos no somos capaces de cumplir, es el clásico “haz lo que digo pero no lo que hago”. Sin embargo, esa disonancia termina creando huellas en los niños, sobre todo si se repiten a menudo, ya que los pequeños no sabrán qué se espera de ellos ni cómo deben comportarse.
La incongruencia educativa da pie a niños más inseguros
Hasta los 6 o 7 años los niños tienen un pensamiento eminentemente concreto, razón por la cual son capaces de imitar los comportamientos de sus padres pero les resulta complicado entender por qué dicen una cosa en un momento y luego cambian de opinión. A esta edad los pequeños empiezan a conocer el mundo que les rodea y necesitan tener límites y normas claras, lo cual no solo les sirve para comprender lo que pueden o no hacer sino que también les hará sentirse más seguros en su entorno.
Cuando sus padres cambian continuamente de idea y no establecen límites precisos, los niños se sienten confundidos porque no tienen claro qué deben hacer y no logran diferenciar entre el bien y el mal, entre lo que se permite y lo que no, lo que es adecuado y lo incorrecto. A la larga estos niños se convertirán en personas inseguras, que no tienen clara su visión del mundo y a las que les cuesta tomar decisiones por sí mismas.
De hecho, se ha demostrado que los niños que crecen en un entorno que les genera inseguridad tienen una autoestima más baja, suelen ser más tímidos y tienen más dificultades para plantearse metas a largo plazo que los pequeños que viven en un ambiente en el que se sienten seguros y confiados. Asimismo, son más propensos a transgredir las normas y a desarrollar problemas de conducta porque sus padres no han sabido establecer límites claros en la infancia.
En otros casos los niños asumirán la disonancia de sus padres como un patrón a seguir. Esto sucede porque los pequeños aprenden imitando y suelen adquirir sus primeras habilidades sociales a través de lo que los adultos hacen o les dicen que hagan, de manera que con el paso del tiempo terminarán asumiendo como propio el patrón incongruente de sus padres. Se trata de un problema que no solo repercutirá en la formación de su personalidad sino también en su desarrollo cognitivo, en su aprendizaje y relaciones sociales.
En este sentido, se ha encontrado que la incongruencia de los padres también tiene grandes repercusiones en las relaciones interpersonales del niño. Cuando al pequeño le enseñan que cambiar de criterio continuamente o expresar algo que no piensa o siente es algo normal, le costará mantener relaciones sinceras con las personas y a la larga tendrá problemas para hacer nuevos amigos. De hecho, a menudo muchos de estos pequeños suelen ser catalogados como mentirosos por sus compañeros del colegio, quienes le excluyen del grupo haciendo que el niño se sienta rechazado, lo cual termina afectando a su vez su autoestima y autovaloración.
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