Los hijos siempre serán nuestra mayor preocupación: incluso, por encima de nuestra salud
Nunca dejaremos de preocuparnos por nuestros hijos; sin embargo, a partir de una edad, debemos darles alas y centrarnos más en nosotros y nuestra salud
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Si hay algo que solo los que somos padres y madres podemos comprender es la preocupación que sentimos por nuestros hijos. Nunca vamos a dejar de preocuparnos por ellos y es que la naturaleza nos programa para ello. Cuando tenemos hijos, pasamos a segundo plano: lo más importante son ellos, su desarrollo, su salud y su educación para que puedan ser adultos exitosos. Sin embargo, queridos papás y mamás, hay un momento en el que debemos minimizar el tiempo que pasamos preocupándonos por ellos: nuestra salud, y la suya, dependen de ello.
¿Por qué no es bueno que nos pasemos la vida preocupándonos por los hijos?
Son muchísimos los padres que confunden la preocupación por los hijos con el cuidado de ellos; con el cariño que les damos (y debemos darles), con las ganas que tenemos de verlos triunfar en la vida y con la necesidad de apoyarlos en todo. Sin embargo, nuestro comportamiento puede afectarles más de lo que puede parecer. ¿Cuándo nuestra preocupación por los hijos representa un problema?
Cuando los padres nos descuidamos o dejamos de cuidar nuestra relación de pareja y nuestra salud es el momento en el que la preocupación por los hijos es excesiva. Del mismo modo, esta preocupación supera los límites de lo sano cuando se extiende en su vida adulta. Sí, hay estudios que demuestran que los papás y mamás nos preocupamos en exceso por nuestros hijos, incluso cuando ya son adultos. Los efectos de esta excesiva preocupación se hacen patentes desde que nacen, pero mantenerla más allá de lo estricto es de menos recomendable y os explicamos por qué.
¿Cómo nos afecta la excesiva preocupación por nuestros hijos?
Según un estudio publicado por la Universidad Estatal de Pensilvania, una preocupación excesiva por nuestros hijos puede tener consecuencias devastadoras tanto en nuestra vida como en la vida de los hijos. De hecho, este estudio afirma que la gran mayoría de los padres y madres se preocupan en exceso incluso cuando los hijos ya son adultos, perdiendo el sueño constantemente e interfiriendo demasiado en sus decisiones y su vida adulta en general.
Además de que nuestra relación de pareja pasará a segundo plano cuando ponemos a los hijos delante de todo, también influimos negativamente en su vida.
Si nos centramos en las consecuencias para nuestra salud, podemos destacar la falta de sueño, la ansiedad y el pensar demasiado; todos ellos indicadores que predicen problemas, tanto físicos como mentales, a medio y largo plazo. Sin mencionar, por supuesto, que la relación con nuestra pareja se habrá vuelto más superficial y nos costará volver a conectar con ella cuando nuestros hijos abandonen el nido.
En cuanto a las consecuencias de este exceso de preocupación para los hijos, la que más destaca es su dependencia sostenida en el tiempo hacia los padres: serán adultos con poco margen de decisión y escasas habilidades para mantener relaciones estables y saludables. Es decir, no podrán hacer su vida sin la aprobación de los padres o de su constante ayuda.
Con todo, podemos decir que una sobre preocupación crea una dependencia bidireccional: los padres necesitaremos estar extremadamente presentes en la vida de los hijos para no sentirnos vacíos y nuestros hijos no podrán desarrollar una vida plena.
Límites para los padres: ¿Cuándo es momento de dejar volar a nuestros hijos?
Durante la crianza de los hijos, establecemos límites y normas, los cuales les permiten desarrollar su independencia, autonomía y habilidades. Sin embargo, cuando nuestros hijos ya son mayorcitos, por no decir adultos, debemos establecernos límites a nosotros mismos. ¡Exacto! Ha llegado el momento en el que debemos esforzarnos por marcarnos unos límites y cumplirlos, del mismo modo en el que se lo hemos “exigido” a nuestros hijos a lo largo de su desarrollo. Sin embargo, no podemos establecer estos límites de un día para otro, sino que debemos hacerlo poco a poco y en concordancia con la evolución de nuestros hijos.
Debemos apoyarles y guiarles, pero también debemos dejarles explorar el mundo y tomar decisiones (siempre en función de su edad, por supuesto). Esto significa que debemos ir desprendiéndonos de nuestros hijos a medida que ellos van evolucionando. Debemos adaptarnos a su edad y evolucionar del mismo modo en el que lo hacen ellos.
¿Cómo podemos evitar la preocupación excesiva por nuestros hijos?
Como hemos mencionado, debemos establecernos límites y evolucionar del mismo modo en el que lo hacen ellos. Por mucho que nos cueste y es que hablamos de una tarea hercúlea, lo sabemos.
Para evitar esta preocupación excesiva extendida a lo largo de los años, lo primero es entender que van a crecer y serán independientes. Sí, esta es la primera tarea que debemos hacer y cuanto antes lo hagamos, mejor. Suena fácil decirlo, pero hacerlo es otra cosa. Sin embargo, si lo planteamos desde el punto de vista de la salud de nuestros hijos nos será mucho más fácil: si no les damos margen para “ser adultos” nunca lo serán. Siempre serán dependientes con las consecuencias que esto comporta en su vida adulta.
Entender que van a cometer errores es otro de los ejercicios que vamos a hacer. Sabemos que los van a cometer, como nosotros, pero también debemos comprender que es parte de su camino. Entonces, ¿debemos dejar que se equivoquen? Sí. Y lo que nos toca como padres es, simplemente, estar a su lado cuando nos necesiten, cuando nos lo pidan y no constantemente.
Buscarnos aficiones es otra manera en la que podemos establecernos límites, ocupar la mente y crecer nosotros como personas. Y, por supuesto, dedicar tiempo a nuestra pareja y fortalecer los vínculos que pueden haberse debilitado a lo largo de la crianza de nuestros hijos.
Los padres siempre nos vamos a preocupar por los hijos; sin embargo, debemos darnos cuenta de cuándo esta preocupación es excesiva: cuando nos afecta lo suficiente como para que no podamos seguir con nuestra vida y cuando afecta en exceso a nuestros hijos no permitiéndoles vivir su vida, tomar sus decisiones y aprender de sus errores.
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