Si enseñas a tu hijo a perder, le regalas oportunidades para crecer
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La mayoría de los padres quieren allanar el camino de sus hijos. Les gustaría que no tuviesen que lidiar con las derrotas, los contratiempos, los fracasos y los problemas. Es un deseo comprensible. Sin embargo, la fortaleza emocional y la resiliencia se crean en la adversidad, poniendo a prueba nuestra fuerza y desarrollando nuevas habilidades necesarias para solucionar los problemas. Por eso, no enseñar a los niños a perder, lidiar con la frustración o afrontar los problemas con sus propios medios implica arrebatarles valiosas oportunidades de crecimiento.
El experimento científico que demostró la importancia del esfuerzo infantil
Corría la década de 1990 cuando dos psicólogos de la Universidad de Columbia llevaron a cabo un experimento muy interesante con niños de entre 10 y 12 años. Estos investigadores sometieron a todos los niños a un test de inteligencia para evaluar su desempeño, pero les dieron una retroalimentación falsa.
A algunos niños les dijeron que lo habían hecho bien, indicándoles que habían resuelto correctamente el 80% de los problemas. A otro grupo les dijeron que eran pequeños genios y que habían resuelto bien todos los problemas y a un tercer grupo no les comunicaron los resultados.
Más tarde, dieron a los niños la posibilidad de elegir entre dos tareas: un desafío muy difícil que implicaba la posibilidad de fracasar pero que también les permitiría aprender y una tarea más fácil que podrían hacer sin problemas, pero que no les reportaría ningún aprendizaje.
Casi el 65% de los niños que habían sido elogiados y catalogados como “genios” optaron por la tarea fácil. Al final, cuando los psicólogos volvieron a someter a todos los niños a una serie de pruebas similares a las primeras, los pequeños que habían sido calificados como “genios” obtuvieron las puntuaciones más bajas e incluso su propio desempeño había empeorado en comparación con los resultados iniciales.
Este estudio demostró que la tendencia a evitar la frustración y los fracasos en los niños puede ser contraproducente, así como hacerles pensar que no necesitan esforzarse para conseguir buenos resultados.
Cuando los padres mantienen a los niños en una burbuja y elogian sus habilidades y aptitudes en vez de premiar el esfuerzo, es habitual que se genere un miedo al fracaso. Para evitar ese fracaso, los niños preferirán elegir situaciones en las que se sientan cómodos y que les permitan ratificar esas habilidades y aptitudes.
El problema es que mantenerse continuamente en la zona de confort no les permite aprender porque el crecimiento se produce justo cuando salimos de lo conocido y enfrentamos nuevos retos que nos hagan poner a prueba nuestras habilidades o nos exijan desarrollar nuevas competencias. De esta manera, evitar que los niños se lleven fiascos se convierte en una limitación para su vida.
Perder forma parte de la vida
Cuando los niños ganan sienten una sensación de empoderamiento que, sin duda, es fundamental para apuntalar su autoestima. Ganar les hace sentirse orgullosos de sí mismos, les demuestra que son buenos en algo y potencia su autoconfianza.
Sin embargo, perder a propósito en los juegos, una costumbre de muchos padres para que los niños se sientan bien, no les ayudará, sino que les arrebata la posibilidad de desarrollar los recursos psicológicos que necesitan para lidiar con las derrotas y los fracasos en la vida real.
Si un niño no pierde, no se equivoca y no se frustra, no podrá aprender a lidiar con esas sensaciones y, cuando las enfrente en la vida real es probable que ponga en marcha estrategias de afrontamiento disfuncionales.
Al contrario, cuando un niño pierde o se equivoca comprende que, a fin de cuentas, no se trata de una experiencia tan negativa o terrible. Descubre que perder no es el fin del mundo y puede aprender que la vida está llena de segundas oportunidades.
Es probable que en un primer momento a los niños les parezca injusto perder o se enfaden, pero los padres pueden aprovechar esa oportunidad para explicarles que todos tenemos diferentes habilidades y que es imposible ser buenos en todo, por lo que habrá veces que otros nos sacarán ventaja. Así estarán contribuyendo a que los niños desarrollen una autoimagen más realista y sean conscientes de sus fortaleces y habilidades, pero también tomen nota de sus limitaciones y debilidades.
Por otra parte, perder muestra a los niños la necesidad de trabajar duro para tener éxito o alcanzar las metas que se propongan. Así aprenderán que las cosas buenas no llegan simplemente, sino que es necesario esforzarse para conseguirlas.
Por último, la experiencia de afrontar la pérdida ayuda a los niños a desarrollar la empatía. Les permite comprender lo que sienten otros niños cuando ellos ganan, de manera que pueden asumir una actitud más asertiva en sus relaciones interpersonales.
Buscando el equilibrio justo
Todo eso no significa que los niños tengan que exponerse continuamente a la derrota y a situaciones que les generen frustración. La parte del cerebro que ayuda a los niños a gestionar las poderosas emociones que generan las pérdidas y derrotas es una de las últimas en desarrollarse, por lo que necesitan mucha ayuda para sobrellevar ese tipo de situaciones.
Si el niño siempre pierde, experimenta una y otra vez el fracaso y se expone a situaciones que sobrepasan sus habilidades generándole frustración, esas experiencias pueden llegar a ser devastadoras desde el punto de vista emocional. La clave, como en todo en la vida, consiste en dosificar éxitos y fracasos, derrotas y victorias.
Así se podrá estimular en el niño una mentalidad de crecimiento, de manera que comprenda la importancia del esfuerzo y logre ver los obstáculos como desafíos. De hecho, si los padres gestionan adecuadamente una derrota, esta puede convertirse en una pequeña victoria para el niño.
Una de las claves para lograrlo consiste en enseñar a los niños no a competir con los demás sino consigo mismo. El secreto no radica en ser siempre el primero del grupo sino en mejorar continuamente. No se trata de criar a un “ganador” sino de educar a un niño seguro de sí mismo que tenga más probabilidades de desarrollar una “actitud de poder hacerlo”, un niño que se motive para dar los siguientes pasos que le permitirán alcanzar metas mayores en la vida.
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