5 cosas que aprendes cuando dejas de gritar a tus hijos
Un grito daña el alma de tu hijo
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Ser madre es una tarea difícil. Eres madre las 24 horas del día, no hay descanso. Por eso, es comprensible que después de una larga jornada, cuando llegues a casa agotada pero todavía tengas tareas pendientes, pierdas la paciencia y termines gritando. También es probable que alces la voz cuando tu hijo no te obedece. Sin embargo, gritar puede convertirse en una mala costumbre que los niños pueden terminar asumiendo.
Los niños aprenden de lo que haces y dices. Si quieres que tus hijos sean educados y respetuosos, reflexiona sobre cómo los educas. Si quieres que tus hijos no alcen la voz, tampoco deberías alzarle la voz. Los gritos no son buenos para nadie: cuando gritas te estresas aún más y tus hijos se asustan o frustran.
Los efectos de los gritos en los niños
La mayoría de los padres afirman que no les gusta gritar en casa. Los gritos, junto a las nalgadas, son las técnicas disciplinarias menos aceptables. No obstante, esos mismos padres reconocen que gritan a menudo a sus hijos, sobre todo cuando estos no les obedecen.
Los gritos, sin embargo, tienen un impacto negativo en el desarrollo infantil. Investigadores de las Universidad de Pittsburgh y Michigan analizaron los efectos de la disciplina verbal severa, incluyendo los gritos, y descubrieron que los niños cuyos padres les gritaban para disciplinarlos tenían más problemas de comportamiento e incluso llegaban a mostrar conductas violentas.
Hoy, no cabe dudas de que los gritos regulares son tan dañinos como el castigo físico y de que tienen un impacto negativo en la autoestima infantil, aumentando las probabilidades de padecer depresión a una edad temprana.
¿Qué aprendes cuando dejas de gritar?
1. Asumes que no necesitas que tus hijos sean perfectos
Los niños derraman el zumo, no son grandes apasionados del orden, se equivocan cuando no prestan atención, pueden llegar a ser muy gruñones y suelen ser testarudos. Es normal. ¡Son niños! No deberíamos reñirles por ser niños ni cargar sobre sus hombros el peso de la perfección. Cuando asumes que tus hijos no tienen que ser perfectos, sino que son maravillosamente imperfectos, como todos y cada uno de nosotros, dejarás de gritarles por cosas intrascendentes.
2. Comprendes que cada día es un reto
Habrá días malos. Ser madre es una experiencia de crecimiento en la que cada jornada representa un desafío. Habrá días en los que te sientas orgullosa de ti, pero habrá otros en los que quizá se te escape un grito y, por la noche, cuando pongas la cabeza en la almohada, no te sientas tan satisfecha con la manera en que has gestionado la situación. En cualquier caso, comprenderás que mañana será una nueva oportunidad para no gritar.
3. Aprendes a respetar a tus hijos
No solemos gritar a los adultos, o al menos no con la misma frecuencia con que los padres gritan a sus hijos. Cuando comprendes que los gritos son una falta de respeto hacia el otro y que tus hijos no merecen ese trato, cambia por completo tu relación con ellos. En ese momento, comienzas a respetar sus sentimientos y opiniones, aunque no siempre los compartas.
4. Dejan de importarte las opiniones ajenas
Todos tienen un consejo sobre cómo educar mejor a tus hijos. Sin embargo, cuando desarrollas una relación auténtica y respetuosa con tus hijos basada en el amor, te das cuenta de que eres la madre que ellos necesitan. Muchas veces tendrás que improvisar y comprenderás que las ideas preconcebidas sobre la educación no siempre funcionan, pero todo eso forma parte del proceso de crecimiento que estás emprendiendo de la mano de tus hijos.
5. Te superas a ti mismo/a
Gritamos porque no encontramos otra manera más asertiva de solucionar el problema. Por eso, dejar de gritar significa crecer y superarte a ti mismo/a, significa que has encontrado una estrategia más asertiva para gestionar tus emociones y la crianza. Cuando dejas de gritar te das cuenta de que te has convertido en una mejor versión de ti mismo/a, una versión más tolerante y flexible, con más herramientas para afrontar el estrés cotidiano sin perder los estribos.
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